- SETENTA VECES SIETE -

No es agradable la labor de albacea testamentario. Se tienen que hacer cumplir las últimas voluntades de un difunto y custodiar sus bienes hasta que se reparten entre los herederos. Más ingrata es la situación si el fallecido, como en este caso, es un amigo: Jesús Barrientos. Un matemático, un hombre lógico dentro y fuera de las aulas.

Aquí me encuentro, en un trance difícil, lamentando su reciente ausencia y con un sobre lacrado, sin destinatario, y que no consta en la relación de bienes a repartir entre sus familiares. Especulando sobre el posible contenido, para poder tramitarlo como mejor corresponda, decido abrirlo en la soledad de mi despacho.

Dentro encuentro una nota manuscrita del propio Jesús:

No sé a ciencia cierta por qué escribo estas letras. Salvo el reflejo innato en los hombres de dejar constancia de nuestro paso por este mundo.

Siempre enfoqué la vida desde una perspectiva lógica. Fui creyente, no por una fe inculcada en la infancia; si no porque desde un punto de vista matemático la decisión de creer o no, aunque tiene la misma probabilidad, no sucede así con las posibles pérdidas o beneficios que puede reportar el aceptar o no la doctrina de la Iglesia.

Si resulta que la fe de la Iglesia es falsa, nada se habrá ganado. Pero si es verdadera, se alcanza la eterna bienaventuranza del paraíso. No voy a apropiarme de la autoría de esta reflexión, se conoce desde los tiempos del matemático Pascal.

Con el paso de los años, fui ahondando más en temas teológicos.

Llegué a la conclusión de que las religiones promueven una ascensión, un cambio en la existencia del hombre de forma análoga a la expuesta en la teoría de tipos lógicos. Las personas, en tanto que comparten una característica específica común, no son más que miembros de grupos, de asociaciones de carácter lógico.

Ese esquema tan simplista en apariencia, no lo es tanto, porque según dos teoremas de otro matemático: Gödel, igual que una persona individual puede formar parte de la Humanidad, pero no puede ser la Humanidad misma. Igual sucede con la Divinidad. La comprensión del grupo están siempre en un nivel superior.

Cualquier afirmación nacida en el sistema no se puede demostrar ni refutar dentro de sus fronteras. Cualquier cambio debe ser provocado desde fuera, desde un nivel más elevado. Aquí entraría en acción la Palabra de Dios, el verbo divino que en distintas formas y maneras nos han legado las distintas religiones a lo largo de la historia de la humanidad.

Para abarcar al grupo de creyentes es necesaria una entidad externa, en el caso que nos ocupa… un Dios. Ya llegamos, mi sorprendido amigo, al quid de la cuestión. ¿Qué es Dios? Muy sencillo, la totalidad o clase que abarca y define a todos los miembros del grupo creyentes.

Si estás leyendo éstas, mis últimas voluntades inmateriales, es que habré muerto a pesar de no sufrir enfermedad ni dolencia importante. La tantas veces comentada imperfección de la carne, no es más que una jerarquía de nivel lógico. Mientras asciendes a un nivel superior, te desvaneces en el inferior.

Tienes que decidir si continúas leyendo el fruto de mis últimos instantes de vida. Más adelante explico con detalle el exacto valor lógico de la palabra divina en la religión Católica; empezando por algo elemental, el verdadero significado de perdonar setenta veces siete a quien te ofenda.

Aunque tienes que ser consciente de que conforme comprendas…


Claudio Landete Anaya
Mataró, España (año 2.010)

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