- LA PARADOJA DEL MENTIROSO -

Era un Primer Enseñante, no cabía la menor duda porque no tenía cejas. Ni cejas ni ninguna otra manifestación de vello en el cuerpo. Lo que le concedía una apariencia casi transparente. Como si toda su persona fuera accesible, sin ningún recoveco de intimidad. Expandió un prisma de datos y comenzó a leer. Era un enunciado antiguo que, en distintas formas y contextos, se había repetido a lo largo de la historia de la ciencia a manos de matemáticos y filósofos. El valor del escrito residía en que era una antigua contradicción lógica

«Todos los cretenses son siempre embusteros, malas bestias, panzas holgazanas.
Verdadero es tal testimonio…»
Epiménides. Siglo VI a. C.

Los novicios estallaron en risas ante el descaro y mal gusto de la cita. El Primer Enseñante alzó la mano y les conminó respetuosamente al silencio:

-No lo entendéis. Epiménides era cretense. ¿Cómo debemos tomar, entonces, esta afirmación? Porque si los cretenses decían siempre mentiras, por fuerza, Epiménides tampoco era franco en tal comentario y tendríamos que imaginar lo contrario de lo expuesto: a los cretenses como personas trabajadoras y honradas. Entramos en un bucle del que es difícil, si no imposible, salir.

Aaron era el más decidido del grupo y no fue de extrañar que tomara la palabra:

-Más preocupante veo yo el asunto desde la perspectiva de que concretamente usted, un Primer Enseñante nada menos, condicionado desde su nacimiento para ser asertivo, haya sido capaz de leerlo sin un leve titubeo en la voz. Nada apreciable en su lenguaje corporal ha delatado que usted… -no se atrevió el novicio a concluir.

-¿Quieres decir que de alguna manera he leído una mentira, con conocimiento de ello? No te precipites, sopesa la situación. ¿No será sólo que me estoy contradiciendo al leer la reseña de Epiménides?

-¿Acaso no es lo mismo, sabiendo de antemano que no es plenamente cierta? –respondió el novicio.

-A los griegos les tenía perplejos que enunciados como del que hablamos, de apariencia perfectamente clara, no pudieran ser ni verdaderos ni falsos, sin contradecirse de alguna manera a sí mismos. La lección de hoy es muy importante porque, igual que vosotros, la sociedad no comprende que un Conciliador, que ha perdido la facultad de mentir, pueda, sin embargo, exponer sin ningún problema toda una suerte de: parábolas moralizantes, paradojas matemáticas...

Betina entró en escena, era la más intelectual del grupo.

-Las parábolas y las paradojas no pueden tomarse como mentiras, no han tenido en sí una repercusión en la vida real. Son imposibilidades lógicas, señor. La mente sabe que no han sucedido. Por eso los Conciliadores pueden formularlas sin dificultad.

-Has dicho las palabras precisas, como siempre, Betina –corroboró el Primer Enseñante.

Comenzaron con la parte práctica de aquella clase, juegos del lenguaje que no se podían comprender sin olvidar los aspectos humorísticos para tratarlos con mayor seriedad porque la lección de ese día consistía en encontrar la verdad subyacente en las cosas, aquella que está por debajo de las apariencias y formas; aquella que nos hace, en el fondo, mejores personas.

Claudio Landete Anaya
Mataró, España (año 2010)

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