- EL LIBRO MÁGICO -

El relinchar de caballos al galope rompió la quietud de la noche. Dirigiánse a una sombría encrucijada de la que huían las gentes de bien. El estrépito de las pezuñas contra la seca tierra cesó ante la fachada de una taberna conocida como "El Jabalí Negro", aunque en ninguna placa ni letrero se aprecia nombre alguno. Es un lugar de paso para proscritos y malhechores de muy diversa calaña.

La gruesa puerta de madera y remaches de hierro se abrió bruscamente. La titubeante luz que despedían las lámparas de aceite, mostró a un nutrido grupo de guerreros, mercenarios sin duda, franqueando el umbral. Recién salidos de entre las sombras nocturnas, sus escudos, yelmos y armazones se antojaban forjados en el mismísimo infierno. Por fortuna, sus manos nervudas descansaban sobre las espadas envainadas.

El porte arrogante y bravucón de aquellos desconocidos amedrentó a los presentes, quienes se sintieron asaltados por una desagradable sensación de vulnerabilidad. No fue de extrañar que la ebria clientela de la cantina, compuesta en su mayoría por ruines rufianes y vulgares rameras, abandonara atropelladamente el aposento. Eran tiempos de guerras y disputas, y a la vida de un hombre se le reconocía menos valor que a una rebosante jarra de vino.

-Hemos hallado al sabio, mi señor -exclamó una boca desdentada, dirigiéndose a la única mesa que no quedó vacía. La ronca voz se perdió engullida por las negras colgaduras que pendían de altas vigas.

-Traedlo con presteza, si no queréis que vuestros corazones alimenten a las alimañas -contestó quien, sin duda, mandaba a aquellos soldados de fortuna.

A pesar de tan crudas palabras, el airoso cabecilla, de mediana edad, negar no podía alta cuna; ataviado con ricas vestiduras y ostentando ademanes propios de un noble.
La singular comitiva condujo, a empujones, a un anciano desaliñado y enjuto que había sido arrancado de su lecho mientras descansaba. Respondía por Fray Arellano y su hábito delataba una existencia dedicada al estudio, meditación y culto. Brazos rudos le ofrecieron un taburete y le acomodaron, con forzada cortesía. Alguien acercó un candil a la mesa. El viejo escrutaba temeroso a sus captores; su corazón amenazaba con desfallecer ante al temor y la tensión.

-Lamento haberos importunado -dijo con falsa preocupación el cabecilla-. Soy el Conde Merino y requiero de vuestra sapiencia. Mis hombres y yo venimos de tierras muy lejanas. Mucho hemos batallado e intrigado por la posesión del objeto más preciado del que se tiene referencia.

Con solemnidad depositó un grueso y antiquísimo volumen, encuadernado en planchas de madera, sobre la deslucida mesa en la que conversaban.

-Por este libro -continuó- hemos renunciado a más placeres de los que tu docta mente es capaz siquiera de imaginar. Es una obra de prodigios, de símbolos ocultistas que abren los portales mágicos a reinos de ensueño; normalmente inaccesibles a los mortales. Muchas civilizaciones han considerado sagrado este volumen; un texto reverenciado y codiciado.

Mientras hablaba, el Conde Merino pasaba las páginas del tomo y Fray Arellano contempló exóticos jardines, briosos corceles alados, canes de varias cabezas, bestias de mirada inteligente y muchas más maravillas que venían acompañadas de sendas explicaciones impresas.

-Pero está escrito en un lenguaje arcano y primitivo, se rumorea que en inglés, y necesitamos de un experto en lenguas antiguas para desvelar los secretos y fenómenos que esconde. ¿Conocéis el idioma, monje?

-El religioso asintió con ojos resignados, ausente a la malsana alegría que su afirmación proporcionó a aquellos pillos.

-Te advierto que más de una mente se ha quebrado, cual frágil cristal al desentrañar sus oscuros mensajes. Sírveme bien, allana el camino para que mis hombres y yo disfrutemos del poder de estos enigmas, largo tiempo olvidados, y sabré recompensarte más allá de toda medida.

-¿Y si fracaso o el resultado de mis esfuerzos no es el deseado?
-Tu destino, como el nuestro, ya está ligado al libro. Si me fallas, morarás en una tumba sin nombre y nadie podrá rezar plegarias para que te reúnas con el Dios que dices honrar.

Las temblorosas manos del fraile levantaron respetuosamente la rígida tapa de madera. Una sensación de antigüedad le sobrecogió. La cubierta original debió de desgajarse décadas atrás. Estudió con ojos expertos el prólogo, donde estaba escrito el título de la obra con caracteres desgastados. Las facciones de su arrugado rostro reflejaron pesadumbre y comentó, con voz apagada:

-Condenado estoy.

-¿Qué decís, carcamal senil? ¿Osas oponerte a mis deseos? -gritó el conde, abandonando modales educados; mientras echaba mano a la daga que colgaba de su cinto.
-No es eso señor. Antes del Nuevo Orden que sucedió a la antigua concepción del mundo, los escribas dejaban constancia tanto del saber adquirido por los hombres de ciencia, como de fantasías irracionales de gran aceptación popular. Lamento desvelaros que este volumen, causa de tanto padecimiento, por el que ha derramado tanta sangre y vos mismo habéis quemado vuestra vida, tiene por título:

"Enciclopedia de las cosas que jamás han existido".




Claudio Landete Anaya, Mataró, España.

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