- LA ÚLTIMA REVOLUCIÓN -


Nada ha cambiado al erradicar la muerte de nuestra sociedad. Nada en absoluto. La promesa de felicidad ha quedado incumplida, como tantas otras en el pasado. ¿Y sabéis por qué? Porque los intereses permanecen inalterables. En una sociedad cuyos miembros tengan intereses no coincidentes, se producirá sin excepción un conflicto entre los mismos. Esta circunstancia se llama como bien sabéis lucha de clases.

El fenómeno es simple: los miembros de cada clase social procuran mejorar su condición a expensas de las otras. No nos engañemos, en el mundo no ha habido en realidad conflictos de otra especie por mucho que se los disfrazara con nombres tales como religión, patriotismo, política…

De un tiempo a esta parte, la lucha por parte de los dominantes se va haciendo cada vez más evidente y descarnada, desprovista de máscaras. Y ya sabemos que no cabe invocar a ninguna justicia social.

Continuaré siendo sincero con vosotros, compañeros, la estructura capitalista nunca ha sido destruida por los ataques de sus enemigos de clase, ni por descomposición interna. Entonces… ¿en qué se diferencia esta crisis de las anteriores? En que, si no nos organizamos y empleamos una violencia creciente aquí y ahora, esta será la última batalla que plantearemos los inferiores, los desfavorecidos.

Hoy nada ha cambiado, salvo el número de existencias en las que un individuo participa en este conflicto eterno.

Ya nadie muere, es verdad, aunque seguimos sin ser todos iguales. La inmortalidad se ha convertido en un eufemismo, pues hay diferencias entre las formas de no-muerte. Los reencarnados son los neocapitalistas del presente y disfrutan periódicamente de un cuerpo nuevo en su vida perpetua; mientras que los simplemente resucitados, el grueso de la población, sólo disponemos de una regeneración repetida del mismo cuerpo original una existencia tras otra.

Ha quedado patente que la resurrección es un proceso de eficiencia decreciente. Las funciones cerebrales superiores se deterioran progresivamente de vez a vez, si no se dispone de un nuevo sistema nervioso. ¡Los parches sinápticos son un engaño! Dentro de pocas existencias, tres o cuatro a lo sumo, no seremos más que una sombra de lo que fuimos.

Compañeros… camaradas… quedaremos relegados a una masa anónima y amorfa; más numerosa que los reencarnados, pero colectivamente desestructurada y dominada por necesidades elementales, básicas, primarias... Nunca más estaremos en condiciones de alzarnos contra la explotación.

El final del camino es que perderemos aquello por lo que aún se nos teme: nuestra conciencia de clase. Conforme se sucedan más resurrecciones, habrá un ejército de revividos sin identidad, ni utilidad ni valor para la sociedad.

Ahora está en juego que los explotadores mantengan los privilegios en todas las existencias futuras. Pero en esta ocasión los reencarnados han cometido un grave error. El capitalismo siempre se ha sustentado también en una posibilidad, aunque remota, que algunos miembros de las clases inferiores puedan ascender por méritos propios a la cúspide de la pirámide social.

Sin esa posibilidad, sin ese factor de división entre nuestras filas, estamos abocados a una revolución imparable. ¡Cuerpos para todos! ¡Que sean ellos los muertos vivientes! ¿Estáis conmigo, camaradas?

Claudio Landete Anaya
Mataró, España (año 2009)

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